Relatos de la paranoia
Buenos Aires, 12 de julio del 2009 después de Cristo. El virus conocido científicamente como H1N1, se expande día a día como un río que inunda de muerte a todo campo que se situa al alcance de su insubordinada creciente.
El ángel de la muerte ronda suelto por los vecindarios, disfrazado de vecino, diariero, policía. Es por eso que la gente ya casi no sale de sus casas. Las familias se recluyen en sus hogares evitando salir lo minimo indispensable.
Ya pasaron unas semanas desde que el Gobierno decretó el estado de emergencia sanitaria ordenando el cierre de escuelas, universidades y muchas de las instituciones públicas. No pasó demasiado tiempo hasta que los teatros, clubes deportivos, restaurantes hicieran lo mismo. Los diarios dejaron de funcionar, dejando sin noticias a la población. La TV también cerró, aumentando más aun el desconcierto general. Los niños ya no juegan en las plazas, la gente usa barbijos incluso en lo más íntimo de sus actividades, y aquellos que osan estornudar en público son condenados con la mirada, con la misma expresión de repugnancia con la que antes se miraba a un leproso.
No faltará mucho para que los supermercados se queden sin víveres, para que hordas de enfermos pueblen los hospitales, para que los cadáveres empiecen a ocupar las veredas y una invasión de ratas y perros vagabundos merodeen sus alrededores. No faltará mucho para que los cuerpos traigan la podredumbre, para que reine la anarquía cuando los funcionarios, ministros sanitarios, bomberos y políticos queden recluidos en sus propias casas. Entonces aparecerán tribus famélicas que saldrán a saquear los supermercados, a buscar entre lo mas recóndito de los almacenes la poca comida que aun quede para sobrevivir el día a día. Una lata de atun, un puñado de legumbres, una naranja serán suficientes para alimentar la cena de una familia.
La era de la oscuridad se acerca. Un prolongado ocaso sin amaneceres, sin despertares, en donde palabras hoy tan comunes, como lo son “fiesta” o “sonrisa”, “juego” o “amor”, quedaran en el olvido.
Por ahora soy un sobreviviente de esta terrible pandemia que azota los campos y no se amedrenta frente a las grandes ciudades. Es una bestia que no se detiene, que devora todo lo que tiene a su alcance, que parece nunca saciar su sed de sangre humana, y que ya se ha cobrado unos 82 muertos.
Comparable a las peores pandemias que ha sufrido la humanidad, como la peste negra que mató a 25 de los 40 millones de habitantes que poblaban la Europa del siglo XIV. O la gripe española, que en 1918 llegó a contagiar a 1000 millones de personas, atribuyéndose a un castigo divino a la raza humana que se acababa de desangran con la primer guerra mundial. Pero ¿Por qué dios nos castigaría de esta manera? Quizás toda la humanidad está sufriendo por el golpe de estado en Honduras? ¿O será que Dios se ofuscó porque dejamos morir a Michael Jackson?
Por ahora puedo contarme entre los 39.999.918 sobrevivientes de esta pesadilla, pero no se cuanto mas tiempo pueda aguantar. Por eso es que escribo, para que llegado el caso de no extinguirse la raza humana, las generaciones futuras sepan lo que pasaba en una tierra que en 2009 se llamaba Argentina.
lunes, 13 de julio de 2009
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